domingo, 19 de junio de 2016



Buenas noches!!! mis blogueros hoy les escribiré un poco sobre la obra ENTRE OLLAS Y CAÑONES de un gran autor que es RICARDO PALMA espero lo disfuten gracias... (este es un trabajo basado en una visita cultural de la I.E.A.C San Salvador)

“Con días y ollas venceremos”
Para el curso de Comprensión Lectora he preparado este argumento y comentario de "Con días y ollas venceremos".
En tiempos de Emancipación de PerúDon José de San Martin quiso llegar obtener la Independencia para el Perú sin causar daños a ningún limeño, por lo que los mantuvo informados mediante cartas que eran enviadas a escondidas en ollas de barro con dos cavidades: una donde iba la carta, y otra que cubría la cavidad donde iba la carta escondida. Estas ollas eran llevadas por los vendedores de estas hacia sus destinos sin que nadie sospechara nada. Cuando se iba a devolver o recibir la carta se le decia al vendedor: “Me ha dado una olla defectuosa, cámbiemela por otra", y el vendedor daba otra olla. Es así que se cumple la Indecencia del Perú cumpliendo sus finalidades iniciales.
“Al pie de la letra”
En 1835, Salaverry era jefe supremo y admirador de la bizarría de Paiva. Al llegar a la presidencia, fue su hombre de confianza. Una tarde llamó a Paiva, y le dijo: - Busca a fulano, me lo traes y sino, allanas su casa. - No lo vi; -dijo al volver- pero la casa quedó bien llana. Felipe apagó la risa y pensó: “¡Pedazo de bruto!” Tenía Salaverry por asistente al soldado “Cuculí”. Habían mataperreado juntos, teniéndole especial cariño. No sabía leer, pero era hábil con la guitarra, la zamacueca, en empinar el codo y batirse por una pelandusca. Abusando de su afecto, cometía barrabasada y media. Llegaban quejas, y Salaverry lo arrestaba o le daba una paliza: _ ¡Se me calienta la chicha, - amenazó Felipe - y te fusilo! El asistente sufría el castigo y volvía a las andadas. Gorda, muy gorda -, debió ser la queja a Salaverry, porque dirigiéndose a Pasiva, le ordenó: _ Llévate a este bribón y fusílalo “entre dos luces”. _ ¡Cumplido! - dijo al volver -. Lo fusilé en medio de faroles. “Dos luces” era al rayar el alba. Iba a indultar a Cuculí. Felipe ocultó una lágrima y susurró: “¡Pedazo de bruto!”. Desde ese día quedó escarmentado Salaverry. Poco antes de Socaba ya, hallábase un batallón del ejército de Salaverry acantonado en Chacllapampa. Una guerrilla boliviana se presentó, y aunque sin dañar, los provocaba. El general llegó, descubriendo una división enemiga a diez cuadras de los guerrilleros, y como sus balas no los alcanzaban dejó que siguiesen gastando pólvora. - Dama lanceros -dijo Paiva - y te traeré un boliviano. - No es preciso -le contestó don Felipe. Y siguió Paiva molestando, tanto, que Salaverry le dijo: - ¡Haz lo que quieras Anda! ¡Hazte matar! Paiva escogió diez lanceros, desconcertó y dispersó al enemigo, e inclinándose cogió del cuello a un oficial boliviano, lo desarmó y lo puso a la grupa de su caballo. Y emprendió regreso; tres lanceros habían muerto en la heroica embestida y varios volvieron heridos. - Manda tocar diana - gritó Paiva -. ¡Viva el Perú! Y cayó del caballo. Tenía dos balazos. Salaverry le dijo: “Anda y hazte matar” Y decir esto a quien todo lo entendía al pie de la letra, era condenarlo a muerte. Yo sospecho que Salaverry, al separarse del cadáver, murmuró conmovido: “¡Valiente bruto!”.
”Historia de un cañoncito”
Estaba don ramón en su primera época de gobierno, y era el día de su cumpleaños (31 de agosto de 1849). Corporaciones y particulares acudieron al gran   de palacio a felicitar al supremo mandatario. Se acercó un joven a su excelencia y le obsequió, en prenda de afecto, un dije para el  .
Era un microscópico cañoncito de oro montado sobre una sureñita de filigrana de plata: un   primoroso, en fin, una obra de hadas. El presidente agradeció, cortando las frases de la manera peculiar muy propia de él. Pidió a   de sus edecanes que pusiera el dije sobre la consola de su  . Don ramón se negaba a tomar el dije en sus   por que afirmaba que el cañoncito estaba cargado y no era conveniente jugar con armas peligrosas.
Al cabo de un mes el cañoncito desapareció de la consola, para formar parte de los dijes que adornaban la cadena del reloj de su excelencia, por la noche dijo el presidente a sus tertulios: ¡eh! señores… ya hizo fuego el cañoncito… lo que había sabido es que el artificio del   aspiraba a una modesta plaza de inspector en el resguardo de la aduana del callao, y que don ramón acababa de acordarle el 
“Carta canta”
Hasta medianos del siglo XVI, los más castizos prosistas castellanos decían. “Rezan cartas”, cuando un hecho era referido epístolas. Después, sacando una misiva decían: “Carta canta”. Los ultra criollos sólo decían: “Papelito habla”. Leyendo al jesuita Acosta, conocí el origen de la frase, por eso reclamare a la Academia el peruanismo. Veamos. Era Antonio Solar, en 1558, uno de los vecinos más ricos de Lima. Y aunque no estuvo con Pizarro en Cajamarca, logró que se le repartiese casa, 200 fanegadas en Supe y Barranca, Y 50 mitayos a su servicio. Formó hacienda en Barranca y trajo de España yuntas de bueyes: “Iban los indios - dice Acosta - a verlos arar, asombrados; diciendo que los españoles, por no trabajar, los usaban”. Y trajo semillas de melón, nísperos, granadas, cidras, limones, manzanas, membrillos, guindas, cerezas, almendras, etc.
El melonar de Barranca dio primera cosecha y el mayordomo escogió diez para obsequiarlos al patrón. Los mitayos encargados, - en un descanso - al sentir el perfume de la fruta, apetito y temor se enfrentaron. “Comamos un melón, - dijo uno – escondamos la carta y no nos acusará”. Su sencilla ignorancia creía ver en la escritura a un espía diabólico. Esto agradó al otro y colocando la carta bajo una piedra, se echaron a devorar la incitante fruta. Cerca de Lima uno de ellos dijo: “Igualemos la carga; porque si llevas cuatro y yo cinco, sospecharán”. Y escondieron la carta, devorando el segundo melón. Al llegar, le dieron la carta, en la que le anunciaban diez melones. Don Antonio, que prometió al arzobispo y otros sus primeros frutos, examinó la carga: - ¡Ladronzuelos! -gritó bufando- ¡Aquí faltan dos! - ¡Ocho no más, taita! -dijeron temblando los indios. - ¡Aquí dice diez, se han comido dos! ¡Zurra con ellos! - ¿Lo ves? ¡Carta canta! -dijo uno, después de zurrado. Escuchó don Antonio, y les gritó: “¡Sí, bribones, ya saben que carta canta!”, y la frase se generalizó y pasó el mar.
“Padre pata”
Cuando San Martín desembarcó en Pisco con el ejército libertador, no faltaron ministros que, como el Obispo Rangel, predicasen atrocidades contra los patriotas. Que vociferen los que arriesgan la pelleja es justo; pero no que los ministros de Dios aticen el fuego. Como aquel que en una catástrofe daba alaridos: “¡Cállese, marica! ¡Quejarse por un pie torcido cuando ve muerto que no chilla!”, Tras el curato de Chancay estaba el franciscano Fray Matías Zapata, un godo que después de la misa dominical exhortaba a los feligreses para \que se mantuviesen fieles al rey: Refiriéndose al generalísimo, predicaba así: “El nombre de ese insurgente de

San Martín es una blasfemia y está en pecado mortal lo que pronuncie: ¿Qué tiene de santo el malvado? ¿Llamarse así, con agravio del caritativo San Martín de Tours? Confórmese con llamarse Martín, - añadió - por lo semejante con el hereje Martín Lutero, que debe arder en el infierno. Declaro excomulgado a todo el que grite: ¡viva San Martín!, porque es mofarse de nuestro Dios. Los patriotas ocuparon Huacho y Chancay, y entre los caídos en chirona se encontraba Fray Matías. Llevaron al frailuco ante San Martín: - ¿Es cierto que me ha comparado con Lutero, - le dijo San Martín - y que le ha quitado una sílaba a mi apellido? El cura tembló y apenas si hilvanó que había cumplido órdenes y que predicaría devolviendo la sílaba. -No me devuelva nada, -dijo el general- pero sepa usted que yo, en castigo de su insolencia le quito también la primera sílaba de su apellido, y lo fusilo el día que firme Zapata. Desde hoy no es usted más que el padre “Pata”. Y, hasta 1823, no hubo en Chancay documento parroquial que no llevase por firma “Fray Matías Pata”. Vino Bolívar, y le devolvió el uso de la sílaba eliminada.

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